“El ambiente tiene armonía de música navideña/ los cerros ostentan variado color/ El aroma suave de la pascuita y el estoraque/ de los aguinaldos es anunciador” Sin duda, el poeta – se insiste en que fue el celebrado Heraclio Torres- en su maravilloso aguinaldo compuesto en el siglo pasado y cuya primera estrofa encabeza este escrito, plasmó la esencia de las navidades de la ciudad de Trujillo; las sencillas casas en los cerros iluminadas con luces de colores, el aire gélido , y ese olor a montaña en la comarca con las pascuitas, el musgo y el estoraque, adornando los majestosos pesebres, invaden el sentir de una tradición muy particular, que alegra el alma y engalana el orgullo de pertenecer también a un pedacito de tierra bendecida por Dios.

Muy temprano, al llegar diciembre –apenas saliendo de las festividades de la Chiquinquirá allá en la calle arriba-, el entusiasmo de grandes y chicos se exteriorizaba, ya en los hogares, ya en las escuelas, con los llamados juegos aguinalderos como “palito en boca” , ( que consistía en mantener un palillo en la boca a toda hora y mostrarlo cuando el apostador contrario se lo solicitaba); “dar y no recibir”, o “hablar y no contestar”, y medida que avanzaba el décimo segundo mes se acrecentaba el espíritu navideño con los preparativos para las misas de aguinaldo, oficiadas a las 4 de la mañana y lo más importante: la elaboración del pesebre a partir del 15 de diciembre.

La montaña trujillana se engalanaba para recibir a los muchachos que madrugadores, acudían en busca de musgo , troncos y ramas de árboles , elementos obligados en la paradura del pesebre. Mientras unos desarrollaban la labor campestre, otros se dedicaban a pintar las bolsas de papel amarillo, para dar formas a los cerros que con excelente creatividad, circundaban la choza o la gruta donde nacería el niño Jesús trujillano. Ovejas, figuras de pastores, casas de cartón, cisnes, pájaros en vuelo y hasta autos de carrera, constituian los «coroticos» del niño Jesús que daban un toque especial a esta autóctona representación pascual.

Todas las casas de Trujillo exhibieron su pesebre por mucho tiempo, siempre con sus puertas abiertas y los brazos extendidos de sus dueños para recibir a los visitantes: calle arriba, calle abajo, Santa Rosa, Las Araujas, La Candelaria, San Jacinto, La Mirabel, Don Tobías, El Calvario, Carmona, Puente Machado, La Carreterita, La Alameda Ribas, El Matacho, Calle Comercio, La Cruz Verde, La Tunita, El Recreo, Pueblo Nuevo, El Hatico, El Quemador, El pesebre de la «trujillanidad», en el parque Los Ilustres; La Raya, La Curtiembre, y muchas otras comunidades mostraban sus pesebres; hermosos y pequeños pesebres, dentro de ese gran pesebre que es Trujillo, como bien lo definió el poeta y médico Juan Ramón Barrios .

En la madrugada del 16 de diciembre comenzaba la novena de las misas de aguinaldo. Toda la ciudad acudía, si bien la mayoría asistía al acto religioso, gran cantidad se quedaba en las plazas cercanas a los templos, dando rienda suelta a sus sueños con las prolongadas patinatas; abuelas, niños, jóvenes, padres y madres de familia, todos como una sola estirpe reforzaban la tradición navideña, tan querida y arraigada en la ciudad portátil. Todo diciembre era alegría en la ciudad en las décadas de los 60, 70 y 80.

Las plazas se llenaban ante la presentación de conjuntos de aguinaldos y de gaitas como Los Madrigalistas de la Navidad (Las Araujas), Los Corsarios (Calle Arriba) el conjunto de Plácido González (Santa Rosa), La Chinita (Calle Arriba), Barbarita de La Torre (Cerro San Isidro) y muchos otros que colocaban un toque de solemnidad a la navidad local. Es menester rendir homenaje a los forjadores de estos conjuntos navideños: Monche Terán Álvarez, Darío Quintero, Plácido González, Pedro Vitoria, Alberto Aranguren, Luisa Urbina, Freddy Aranguren Zuleta, Eduardo Zuleta Rosario, Héctor Godoy Bolívar, Alfonzo Rodríguez, Leonel Méndez, Roberto Carrillo, Luis Terán, Fernando Araujo, Asterio Quintero y a muchos otros que en el anonimato propio de la sencillez del hombre y la mujer trujillana, contribuyeron con las más hermosas navidades citadinas.

El 24, toda la familia se reunía y aún se reúne, para elaborar las exquisitas hallacas (las multisápidas, término acuñado por nuestro gran Mario Briceño Iragorry y endosado, a un ex presidente de Venezuela que repitió la frase). Todos participaban del proceso culinario. Unos amasaban, otros lavaban las hojas de plátano, otros preparaban el guiso y algunos amarraban las hallacas, bajo la degustación de un buen ponche crema o de una buena mistela (bebida a base de ron, café, clavos de olor y otras yerbas aromáticas).

Toda una ceremonia la elaboración de nuestras hallacas. Con el paso del tiempo – hasta no hace mucho-, la ciudad de Trujillo se vistió de más colores. Las comunidades organizadas se propusieron a iluminar la ciudad con luces de múltiples tonos y elaborando figuras alusivas a la fecha. En verdad que recorrer Trujillo era como estar en Paris o en una ciudad extraída de un cuento de hadas. La creatividad y el buen gusto hicieron de la urbe el sitio más visitado por propios y extraños, pues cada rincón de la ciudad estaba maravillosamente iluminado.

La navidad trujillana ya con los recuerdos o con el ritmo de la actualidad, es una navidad diferente, muy particular, muy alegre, muy solidaria. Es al fin y al cabo, una navidad cautivante, como sé que lo es en toda Venezuela…O témpora, o mores….

Por: Jorge Briceño Carmona

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